13/03/2023
Pedid por la paz de Jerusalén;
Sean prosperados los que te aman.
Salmo 122:6
Amar a Jerusalén, la Tierra de Dios, orar por su paz y bienestar, conlleva a que nuestras vidas sean más bendecidas.
Jerusalén es la ciudad de Dios y todos los que hemos tenido un encuentro personal con Él hemos descubierto que a esta Tierra la escogió para comunicarnos su bendición y profundo amor; queriendo confirmarnos que formamos parte de la Familia del Reino de los Cielos. En su Palabra, Dios se presenta como el Padre amoroso, y compara a Jerusalén con una madre en cuyos brazos podemos encontrar todo el consuelo y protección que nuestra vida necesita.
Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo. (Isaías 66:12-13).
La Biblia nos relata la historia de un hombre en quien claramente se refleja la bendición de Dios por amar su Tierra: Daniel siendo muy joven fue llevado cautivo de Jerusalén a Babilonia. Allí, a pesar de su situación desventajosa, continuó con la búsqueda y el anhelo de agradar al Señor, lo que se reflejó en una sabiduría que nadie podía superar. Esto hizo que el rey le tuviera a su lado como asesor personal, pues en todo lo que Daniel opinaba y hacía se notaba la bendición de Dios. Su vida era tan próspera y bendecida, que produjo celos y envidia entre los gobernantes de aquella época, quienes buscaron su caída.
Daniel era intachable y nada reprensible encontraron con lo cual pudieran acusarle delante del rey en lo relacionado al reino, así que buscaron motivo en relación con su fidelidad a Dios; lograron que el rey promulgara un edicto a través del cual se castigaba con la muerte en el foso de los leones, a aquel que no se arrodillara delante del rey y lo reconociera como Dios. Al enterarse de la prohibición, Daniel, entró en su casa, y como siempre lo hacía, abrió las ventanas de su habitación que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes. (Daniel 6:10).
Daniel fue echado en el foso de los leones y el Señor le salvó la vida prodigiosamente; el Rey reconoció al Dios de Daniel como el verdadero y único Dios.
Todos los grandes hombres y mujeres de la Biblia tuvieron que ver de manera directa o indirecta, con Jerusalén, desde donde Dios les bendecía en donde quiera que se encontraban. Bendígate Jehová desde Sion, Y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida. (Salmo 128:13).
Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. . (Salmo 122:7). En el nombre de Jesús, Amén.
Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. Isaías 65:19