03/15/2023
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado,
de justicia y de juicio.
Juan 16:8
El Espíritu Santo habla a nuestro espíritu para convencernos de pecado y de justicia. Su convicción está destinada a convencernos de que nos arrepintamos, lo que significa dar la vuelta e ir en la dirección correcta; sacarnos de algo, ayudarnos a ascender más alto en la voluntad y su plan para nuestras vidas. La condenación, por otro lado, nos presiona y nos pone bajo el peso de la culpa.
Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. (Hechos 3:19).
Es normal sentir vergüenza o culpa, cuando inicialmente nos condenan por el pecado. Pero, continuar sintiéndonos culpables después de habernos arrepentido genuinamente, no es saludable, ni es la voluntad de Dios. En la historia de la mujer sorprendida en adulterio, encontramos un ejemplo (Juan 8: 3-11).
Jesús prueba que la condenación sólo conduce a la muerte, pero el Espíritu Santo nos redarguye a una nueva vida libre de pecado.
Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres.Tú, pues, ¿qué dices? (Juan 8:5).
Satanás condena; El Espíritu Santo convence.
Tenemos que aprender el lenguaje de nuestro ser trino, porque cuando nuestro cuerpo nos habla, mediante deseos y necesidades insatisfechas, nuestra alma nos habla suavemente y al oído, mostrándonos los beneficios de hacer algo en especial como cuando la tentación se presenta en forma de oportunidad. Mientras que nuestro espíritu, que es donde habita el ESPÍRITU SANTO DE DIOS, nos habla con mucha tranquilidad, suavemente, sin exigir ni ordenar; sino solo mostrando el amor de Dios en nuestro corazón.
El Espíritu Santo vino a morar en cada uno de nosotros y nuestro cuerpo ahora es templo donde mora su presencia.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (1 Corintios 6:19).
Vivimos en una continua batalla interna que tenemos que aprender a discernir, entregando cada área a Dios, esperando en Él, quién nos guia, revela y enseña sus verdades
Encamíname en tu verdad, y enséñame, Porque tú eres el Dios de mi salvación; En ti he esperado todo el día. (Salmo 25:5).
Podemos orar sin miedo: Señor, muéstrame mi pecado. Convénceme de cualquier acto que esté haciendo que infrinja tus mandamientos, o que me impida hacer tu voluntad. Mantén mi conciencia sensible a Tu voz. Dame poder para estar libre del pecado, en el nombre de Jesús, Amén.